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FE ETERNA

Las tradiciones vivas del culto armenio

Siempre me ha costado mucho escribir una leyenda que acompaña mis reportajes fotográficos. La limitación de no ser siquiera mínimamente capaz de relatar con palabras los lugares y las experiencias vividas, y ni hablar de las emociones sentidas, ha sido y continúa siendo una fuente de frustración que más de una vez me ha empujado al borde de la renuncia. Sin embargo, incluso en este caso, el esfuerzo debe hacerse.

Obviamente, me abstengo de querer divulgar hechos históricos sobre la historia de Armenia y su fuerte identidad religiosa con unas pocas líneas. Tal intento sería presuntuoso y decididamente torpe. Hay mucha información documentada que definitivamente recomiendo buscar a aquellos que puedan estar interesados. Más bien, me gustaría reconocer algunos aspectos que me hicieron reflexionar durante este viaje.
El primero me pareció una obviedad ya en el momento en que lo formulaba en mi mente: a medida que mi fotografía empieza a asumir un estilo más o menos definido (o por lo menos definible) soy consciente de que mi polo de atracción son las personas. Sin embargo, esto no implica que los lugares, objetos o espacios pierdan importancia, todo lo contrario. Comienzan a volverse imprescindibles para el contexto narrativo. Mirando estas fotos una y otra vez, noto que las personas casi nunca están aisladas o abstractas en el encuadre, sino que están rodeadas por su entorno natural, por objetos que describen su vida cotidiana o la acción que están viviendo en ese momento. Así, me encuentro usando planos superpuestos o creando marcos que tienen el propósito de situar a los personajes en sus mundos. En este sentido, los ambientes dentro de las iglesias armenias, hechos de iconos religiosos en las paredes, velas encendidas, velos en la cabeza, elementos arquitectónicos únicos, son componentes ideales para poder describir el apego de esta nación a su identidad religiosa.
El segundo aspecto está relacionado a un aspecto elemental de la fotografía, tanto como para constituir su etimología: la luz. En los ambientes predominantemente oscuros de las iglesias armenias, la luz entra a menudo con efectos realmente especiales, a través de rayos luminosos que penetran desde las ventanas oblongas o desde las cúpulas de las grandes catedrales. La sensación óptica recuerda escenas caravaggescas en las que una entidad divina se manifiesta a los comunes mortales. A la fría luz del sol que entra tan potentemente, se opone la cálida de los candelabros dispuestos a lo largo de las paredes, creando una coexistencia de tonos que devuelve imágenes con un cromatismo casi surrealista.
Y sobre todo, cómo no, están los armenios: un pueblo que aprendes a amar de inmediato. En los momentos en que me sentía un intruso en sus ritos sagrados, un invasor molesto de su intimidad religiosa, de repente, con una sonrisa, con un gesto afectuoso y con la paciencia granítica de un pueblo que tanto ha tenido que sufrir, fueron ellos quienes me hicieron sentir a gusto, cómplice de una narrativa de imágenes que espero les guste.

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